19 de Abril de 2024
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ACERTIJOS: LA TUMBA DE LORCA  

 

Gilberto Haaz Diez

*La mente es como un paracaídas. No funciona si no está abierta. Camelot

En agosto de 1936, al pie de un olivo, en los tiempos temerosos de la Guerra Civil española, su poeta insigne, su máximo poeta, Federico García Lorca, fue fusilado junto a un maestro de escuela y dos banderilleros en el camino entre Viznar y Alfacar, en Granada, su Granada. Las balas de las bestias mataron la poesía. Moría Lorca y una leyenda se formaba. El máximo poeta español de la Generación del 27. El más universal de ellos. Al que México quiso asilar, como una vez lo quiso hacer con Pablo Neruda, y la mano extendida llegó tarde. La muerte convertida en sangre se les adelantó. Tomó ventaja. El misterio desde aquel 1936 es que no encuentran su tumba. Dónde fueron enterrados sus restos. La Junta de Andalucía subvencionó en 2009 excavaciones para dar con el poeta, en el parque de Alfacar que lleva el nombre de Federico. Recurrieron a la gente del pueblo y a los biógrafos como Ian Gibson. Nada encontraron. Han removido suelo sagrado y nada. Las palas no dan con esos huesos. La Ley de Memoria Histórica permitía buscarlos. A quienes fueron asesinados, fusilados y sepultados clandestinamente. Porque así, en la clandestinidad, escondían su vergüenza de tal acto bestial. No encuentran la Tumba de Lorca y un juzgado de Granada archivó esa causa. Pero entre eso, busqué el señero poema de Antonio Machado: “El crimen fue en Granada”. Comparto un extracto:

“Se le vio, caminando entre fusiles / por una calle larga, salir al campo frío / aún con estrellas de la madrugada.

Mataron a Federico / cuando la luz asomaba.

El pelotón de verdugos / no osó mirarle la cara. Todos cerraron los ojos; rezaron: ¡ni Dios te salva!

Muerto cayó Federico —sangre en la frente y plomo en las entrañas—… Que fue en Granada el crimen sabed — ¡pobre Granada!—, en su Granada.

Se le vio caminar… Labrad, amigos, de piedra y sueño en el Alhambra, un túmulo al poeta, sobre una fuente donde llore el agua, y eternamente diga:

El crimen fue en Granada, ¡en su Granada!”.

LA PEQUEÑA HABANA

La Pequeña Habana de Miami. La de la Calle 8. La más cubana de todas. Calles con nombres como Celia Cruz y Willie Colón. Busqué dónde comer. Me habían recomendado La Carreta. Restaurante del número 3555 de la Calle 8. Frente está el Versailles, del mismo dueño. “Cuisin Cuban” rezaba el letrero de este restaurante de 40 años de antigüedad, donde tiene una placa a su entrada que honra aquella migración que salió de Cuba. “En memoria de aquellos cubanos; hombres y mujeres que nunca se resignaron a vivir sin libertad”. Menú como en La Habana: tamal en hoja, moros con cristianos, yuca en mojo, picadillo, criollo, paticas y lechón asado. Postre: natilla y tocinillo de cielo y flan de queso. Barato. El taxista que nos llevó de regreso al South Beach, un hombre sesentañero que sufrió cárcel con Fidel Castro, cuenta que ha recogido gente del aeropuerto, londinenses que primero vienen a comer al Versailles y luego a registrarse al hotel. Pasos adelante, en la 8 y 17, los viejos que no se quieren morir, los que miran por las noches ese mar que separa las 90 millas de su patria querida. Con añoranza, juegan dominó y ajedrez. Lugar de mucho orden. Está prohibido fumar, tirar basura, llevar alcohol, las malas palabras y escupir al suelo. Lugar limpio. Me acerqué a una partida de ajedrez de dos viejos. Ese tablero blanco y negro de 64 cuadros, hacía que los pensamientos de esos cubanos volaran al mar. Al lado, un cubano de pelo ensortijado que tenía pocos años de llegar de la isla me hablaba de Lara y de Toña la Negra y de Miguel Aceves Mejía. Donde juegan es una cabaña, “Club de Dominó Máximo Gómez Park”, de la ciudad de Miami. Los viejos, con sus vestimentas más humildes, se les ve en parejas de dominós y en duelos solitarios de ajedrez, en busca del jaque mate al rey, emulando a Capablanca, su leyenda cubana. Los mirones, a un lado. Guardan silencio. No en el dominó, allí todos meten su cuchara. Pasan el día así, deben ser jubilados o ser sostenidos por sus hijos a quienes trajeron de La Habana para integrarlos a esta vida de libertad y progreso en la Florida.

PERIODISMO DE FICCION

Hace cosa de nada, un reportero de la revista New Yorker dimitió tras descubrirse que se inventó citas de Bob Dylan. New Yorker es el templo del periodismo, hagan de cuenta ir al Vaticano y postrarse ante La Piedad de Miguel Ángel o babosear al techo al ver la Capilla Sixtina, o entrar al Barcelona al Camp Nou y que le dejen a uno tirar una cascarita con Lionel Messi. Más o menos. Por New Yorker, baluarte del buen periodismo, han pasado plumas como John Updike, J. D. Salinger, Truman Capote y Jonathan Franzen, entre otros, no tardan y me invitan. Puro picudo. Aporta escritores para los afamados Premio Pulitzer, como pocos. Pero no aceptan ‘piratas’ ni ‘piratería’. Hace nada echaron de sus filas a un joven periodista, Jonah Lehrer, por fusilarse a sí mismo en un reportaje que había publicado en otro medio y por las citas balines y chafas de Dylan. ¡Bah!, no tendría la menor importancia. Casos famosos ha habido. Y los escritores, como los novelistas, van viviendo ya de sus mentiras, como esa canción mexicana. Sé que mientes al besar y mientes al decir te quiero. Así es el periodismo. El despedido era redactor de plantilla, sueño de muchos periodistas, desde marzo de 2012. Los tiempos de la humanidad registran plagios. El internet ahora facilita el plagio pero también es más fácil de descubrir. En 1980, a los 26 años, Janet Cooke publica La historia de Jimmy, sobre un niño de ocho años adicto a la heroína. Gana un Pulitzer antes de admitir que el reportaje era una invención. En 1998, la revista The New Republic admite que 27 de los 41 reportajes que ha escrito para ella el periodista Stephen Glass contienen mentiras o invenciones. En una de ellas se inventó a un hacker y una empresa a la que había atacado. En 2003, Jayson Blair, una joven estrella de 27 años de The New York Times, admite que se ha inventado fuentes y citas en decenas de noticias. Llegó a firmar crónicas desde ciudades que nunca había visitado.

El rotativo se vio obligado a publicar en su primera plana una nota en la que informaba de que Blair, que había escrito de asuntos tan diversos como el francotirador de Washington o las consecuencias de la Segunda Guerra del Golfo, era un fraude. En 2004, el diario USA Today admitió que su reportero Jack Kelley, de 43 años, nominado a un Pulitzer en 2002, se había inventado la información de al menos ocho crónicas, especialmente una sobre el caso de una mujer que supuestamente había muerto huyendo de Cuba en una lancha. En mayo, Arnaud de Borchgrave, un veterano de The Washington Times, dejó de publicar sus columnas después de que se encontraran similitudes exactas entre ellas y notas de agencias y noticias de algunas páginas web. Este mes de julio, Jonah Lehrer, de 31 años, ha dejado su puesto en The New Yorker después de admitir que había reutilizado material suyo de otros medios y de haberse inventado citas de Bob Dylan. Fuente: diario El País.

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